Tuesday, February 17, 2009

El jesuita y el chiita (2)

Una interpretación superficial o tendenciosa de la anécdota que conté anteriormente sería que ésta demuestra la validez del chiismo. Al fin y al cabo, lo que podría llamarse el viaje espiritual de Garaudy, terminó cuando encontró al Islam. Ni el comunismo, ni el catolicismo, bastaron para satisfacer su búsqueda de respuestas a la vida y a la política. Además el caso de mi profesor jesuita, quien recurrió a las drogas y a las relaciones sexuales literalmente clandestinas, tampoco deja bien parado al catolicismo.
Sin embargo, me parece que—además del obvio comentario que el jesuita fue (sólo) en parte víctima de las absurdas reglas que rigen a los sacerdotes católicos, etc.—la trayectoria de Garaudy genera una serie de preguntas que tienen una inquietante relevancia. Expulsado del Partido Comunista en 1970, se convirtió al catolicismo en ese año. Sin embargo, desde las décadas de los 30 hasta los 50, cuando como todos sabemos Kruschev hizo público un informe detallando los crímenes de Stalin, Garaudy había sido un fiel miembro del Partido Comunista. Llama la atención el que Garaudy haya dejado de ser marxista precisamente cuando las nuevas izquierdas hicieron vislumbrar la posibilidad de una práctica intelectual socialista independiente. Y, por supuesto, el catolicismo de los setenta, el momento culminante del aggiornamento de la iglesia romana, también había abierto temporalmente la posibilidad de una actividad libre tanto religiosa como política.
En otras palabras, la trayectoria intelectual de Garaudy posterior al estalinismo es la de una búsqueda de una certidumbre perdida. Inclusive el comentario de Garaudy que tanto había impactado a mi profesor—que sólo el catolicismo y el comunismo tenían respuestas a todas las inquietudes humanas—implica una problemática equiparación entre un sistema político y uno religioso. Garaudy parece haber buscado durante gran parte de su vida soluciones apodícticas, algo que ni el marxismo ni ningún otro sistema intelectual debía darle. Y, para él, negar el holocausto fue al final un bajo precio que pagar a cambio de la certeza intelectual.
Claro que es casi un lugar común argumentar que el marxismo era para muchos comunistas una religión. Por ejemplo, José Carlos Mariátegui, alguien por quien tengo un enorme respeto y sobre quien he publicado un par de artículos, escribió en sus Siete ensayos que “el comunismo es esencialmente religioso”. Sin embargo, éste en uno de sus últimos libros, Defensa del marxismo, define al marxismo como un “método de interpretación histórica de la sociedad actual”. Una actitud que me parece mucho más sensata y que, por cierto, coincide con la heterodoxia de sus escritos que, más allá de la actitud vital de su autor, siempre están abiertos al diálogo.
A pesar de lo dramático, me parece que la historia de Garaudy no es tan excepcional como parecería a primera vista. Esta necesidad de respuestas absolutas, este continuo intento de esquivar la duda, se encuentra en gran parte de la política actual; desde la derecha cristiana republicana de los EEUU, para quienes Jesús fue un defensor del libre mercado y el intervencionismo militar, hasta su versión laica, pero no menos rígida, en los neoconservadores, y, por supuesto, incluyendo al fundamentalismo de mercado de los neoliberales latinoamericanos, quienes creen que la compra y venta es la solución única para todos los problemas sociales y morales de la región. (Uno puede añadir que muchos neoconservadores y neoliberales pertenecieron de jóvenes a grupúsculos de izquierda que imitaron en el dogmatismo al Partido Comunista estalinista).

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