Friday, March 20, 2009

La civilización del espectáculo

El mes pasado en la revista Letras libres, Mario Vargas Llosa publicó “La civilización del espectáculo,” un artículo que intenta describir a la sociedad y cultura contemporánea. Tomado de una frase de Octavio Paz en un artículo sobre la rebelión zapatista, el título del ensayo describe a la sociedad actual según el novelista peruano. Vargas Llosa explica: “¿Qué quiero decir con civilización del espectáculo? La de un mundo en el que el primer lugar en la tabla de valores vigente lo ocupa el entretenimiento, donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal.” A pesar de que, como él admite, esta búsqueda de esparcimiento es entendible, de acuerdo con Vargas Llosa la civilización del espectáculo representa un desarrollo social sumamente negativo, ya que implica una pérdida colectiva de valores que lleva, por ejemplo, a la sustitución de la calidad por el esparcimiento, de las ideas por la popularidad, etc. Para Vargas Llosa, la civilización del espectáculo es la causa de la desaparición de los intelectuales de la arena pública, el reemplazo de la alta cultura (Bergman, Thomas Mann, etc.) por simulacros entretenidos (Woody Allen, Milan Kundera, etc.), de la política de ideas por la de medios, de la religión por las sectas y aun por las drogas, etc. Obviamente, la civilización del espectáculo puede llevar “a las peores demagogias en el dominio político.”
Se puede decir mucho sobre este artículo—por ejemplo, se podría analizar los puntos de contacto entre Vargas Llosa (y Octavio Paz) con Debord, etc.—pero lo que llama la atención es que el autor peruano considere que la civilización del espectáculo sea la consecuencia de, por un lado, la expansión del mercado a todos los campos sociales (alta cultura, política) y, por el otro, de la democratización cultural y social. (Obviamente ambos procesos están imbricados). La anomía, la superficialidad, la espectacularización de la política y de la cultura y, por lo tanto, la posible subversión de la democracia, serían el resultado directo de todo lo que Vargas Llosa ha promovido durante los últimos 30 años. Quizás a esto se deba el tono amargo del ensayo.
Sin embargo, hay a lo largo de la obra reciente de Vargas Llosa algunos presagios de esta visión negativa de la sociedad capitalista actual. En 1999, en una reseña de la película de Michael Mann, The Insider, Vargas Llosa, se preguntaba: “¿Llegarán en el futuro próximo los intereses de las grandes empresas a conseguir aquello que los formidables Estados totalitarios se propusieron y fueron incapaces de lograr, un mundo enteramente robotizado e imbecilizado por la desinformación?” Y esta duda sobre los resultados de la modernidad parece haber crecido a lo largo de estos diez años como manifiestan ensayos como “Hitler para menores” (2002), sobre la obra de Mel Brooks, The Producers, y más recientemente en otro ensayo también llamado “La civilización del espectáculo” (2007), que trataba exclusivamente sobre la prensa amarilla; tema también presente en el reciente ensayo homónimo. Sin embargo, es en “La civilización del espectáculo” del 2009 que la pregunta hecha en 1999 recibe una respuesta afirmativa. (Aunque ya el texto de 1999 insinuaba que la pregunta era retórica).
¿Estamos ante el inicio de un cambio ideológico en Vargas Llosa? Es posible. Sin embargo cabe señalar que en el 2002, o sea luego de que empezó a cuestionar la necesaria virtud de las grandes empresas, el autor peruano fundó La Fundación Internacional para la Libertad, un think tank, dedicado a promover el neoliberalismo en sus versiones más conservadoras.

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